SIETE CASAS VACÍAS
de Samanta Schweblin
(editorial Páginas de Espuma)
Samanta Schweblin se convirtió en una de las grandes escritoras contemporáneas de Argentina. Es que parece juntar premios por todos lados, y es que sí, se merece sus premios.
Yo me había acercado a ella, hace unos años con "Distancia de rescate", una novela corta con todos los elementos para atraparte, bien escrita, aterradora por momentos, y quedé muy favorablemente impresionada, me encantó (la novela fue llevada al cine por la directora Claudia Llosa).
Y claro, sabía que no me iba a defraudar con "Siete casas vacías", libro que resonó mucho ya desde su edición en 2015. Por algún motivo, lo leí tarde, cuando ya no era ninguna novedad, pero no era por falta de ganas de volver a leer su prosa que me fascina. Quizás haya tenido que ver una especie de toc que fui desarrollando que me hace no repetir escritores, aunque me hayan gustado mucho, por un tiempo prudencial, en el afán de ir incorporando variedad a mis lecturas. Pero entonces un día volví a leer a Samanta Schweblin y me alegro por ello.
"Siete casas vacías" está integrado por siete cuentos (sus casas vacías). El primero, "Nada de todo esto", fue llevado al teatro (cuando me enteré tuvo el impulso de querer verla, pero como me pasa siempre con el teatro... no fui) y es un alucinante retrato de una relación entre madre e hija, una madre con un particularidad muy especial: lo que le gusta hacer, de manera obsesiva, es salir a mirar casas ajenas, y su hija, ya mayor, la sigue en eso. Pero esta vez algo pasó, la recorrida fue un pasó más lejos. "Mis padres y mis hijos" es un cuento breve que retrata, desde la mirada de un padre separado, con hijos chicos, la situación que vive con sus propios padres que sufren (¿sufren?) alguna especie de demencia. "Pasa siempre en esta casa", otro cuento breve, conmociona acercándonos al duelo de un señor que perdió a su hijo, y quizás lo más logrado está en que no hay palabras expresas sobre ese dolor, todo lo vemos y lo sentimos a través de una rutina que se fue volviendo costumbre, ir a buscar la ropa de su hijo muerto que su mujer lanza al jardín de la vecina. Y duele. "La respiración cavernaria" es el cuento más largo del libro y es una joya. Me atrapó desde las primeras líneas, en que se nos presenta una mujer mayor que lo único que quiere es morir pero no encuentra cómo, así que traza un plan meticuloso para su camino hacia el momento esperado. En el medio, está maravillosamente retratada la relación de un matrimonio de muchos años, solos, mañosos, el agobio de la protagonista, asustada y asqueada del mundo exterior, acosada por algunos rasgos de demencia (de nuevo) que se van dejando ver de a poco. "Cuarenta centímetros cuadrados" enfrenta a una mujer joven que volvió a Argentina después de haber vivido en España y se encuentra sola y perdida en casa de su suegra y en la ciudad. "Un hombre sin suerte" es otra joyita. La narración está a cargo de un niña que cuenta lo que pasó el día que cumplía 8 años y su encuentro con el "hombre sin suerte". Finalmente, "Salir" narra el encuentro fortuito, y la llamativa conexión, entre una mujer con problemas de pareja que sale a la calle escapando de la situación, y el encargado del edificio, que arruinó el día de su aniversario al llegar tarde para cenar con su mujer.
Las siete casas están vacías. En cada una de las casas, o cuentos, hay dolor, soledad, duelo, tristeza. Sin embargo el tono no es oscuro, aunque la tristeza se cuela a cada rato y en cada situación, porque estos cuentos se centran en lo cotidiano, las rutinas y sus tragedias.
Gran cuentista, Samanta.
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